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Envejecimiento, la propia palabra suscita muchos pensamientos y sentimientos no siempre positivos como miedo, rechazo o pérdida; aunque también puede evocar conocimiento, experiencia y, quizá, ¿ganancias? A veces no lo tenemos tan claro. Utilizar las palabras “vejez” o “viejo” parece que nos hace daño, como si fuese algo despectivo, sin ser conscientes del poder que tienen.

Partiendo de esta reflexión, parémonos a pensar sobre lo que cada uno entendemos por “envejecimiento” y, ¿por qué no?, poder cambiar el valor de la palabra para que también sea algo enriquecedor.

Todos estamos encaminados a ir cumpliendo años y, ante el paso del tiempo, solemos ser conscientes de cómo nuestro cuerpo se ve afectado, pero en muchas ocasiones nos olvidamos de que esto también afecta a nuestras capacidades cognitivas; la cuales, inevitablemente, los cumplen con nosotros, y esto genera cambios.

Partimos de la base de que existe una gran variabilidad individual, en la que cada uno de nosotros somos diferentes y únicos y nos desarrollamos a lo largo de la vida atendiendo a nuestras propias convicciones. Todo ello va a determinar el modo en el que vamos creciendo. Podríamos decir que envejecemos como vivimos: nuestra formación, experiencia, vivencias, intereses, aficiones, habilidades, vida social, hábitos saludables, éxitos, fracasos, enfermedades, excesos, etc., todo –sin excepción– influirá en nuestro envejecimiento.

No obstante, podemos reconocer cuestiones generales en nuestras capacidades cognitivas que son habituales al ir cumpliendo años. Nuestra percepción, atención, memoria, lenguaje…  sufren cambios. Estos cambios se pueden resumir en una disminución en la velocidad de procesamiento y ejecución ante la información que nos llega del medio que nos rodea. Lo que se traduce en una mayor lentitud a la hora de memorizar y recordar información nueva, de encontrar las palabras cuando queremos expresarnos, de atender a un elevado número de tareas, etc.

Esta “lentitud” en ocasiones nos lleva a pensar que son fallos de nuestras capacidades, llegando a generar sentimientos de miedo o preocupación. A veces, pedimos demasiada velocidad “a nuestra máquina” y no nos damos cuenta de que, cuando lleva tanto tiempo en funcionamiento, se merece un mayor descanso y menor exigencia.

Lentitud no es sinónimo de fallo. Pese a lo anterior, algunas de nuestras capacidades también se ven reforzadas al cumplir años; por ejemplo, nuestro razonamiento y la capacidad para resolver problemas mejoran. Esta idea queda perfectamente reflejada en la mítica frase de Ingmar Bergman: “Envejecer es como escalar una gran montaña: mientras se sube, las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista, más amplia y serena”.

¿Cuándo cumplir años supone un problema? ¿Cuándo verdaderamente hemos de preocuparnos? Cuando estos “fallos” se incrementan en el tiempo, siendo cada vez más frecuentes y numerosos hasta el punto de entorpecer nuestras tareas cotidianas, es cuando debemos encender la alerta y acudir al especialista para poder intervenir adecuadamente.

Estimular nuestro cerebro es fundamental a cualquier edad, y más aún cuando somos mayores. No hemos de esperar a tener fallos para ejercitar nuestras capacidades, lo ideal es estimularlas antes para generar reservas que nos permitan hacer frente a las dificultades que puedan o no venir.

Por ello, hemos de incidir en la prevención a través de un envejecimiento activo, donde se potencien todas las esferas de la persona: sus capacidades cognitivas y funcionales, el ejercicio físico y hábitos de vida saludables, su bienestar emocional y su vida social, con el fin de incrementar su calidad de vida.

En definitiva, envejecer puede ser sinónimo de crecer, de cambiar, de evolucionar, de crear y, por qué no, de ganar. Ganar en vida, ganar en sabiduría, ganar en experiencia y en ser; en ser yo mismo, tenga la edad que tenga.

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